Como político Benito Juárez abolió los fueros y privilegios que en su época tenían los militares y el clero y promulgó en Oaxaca la Constitución de 1857 que desencadenó la llamada Guerra de Reforma (1857-1861). Fue hecho prisionero y liberado el 11 de enero de 1858 para asumir, por ministerio de ley, la Presidencia de México.
En julio de 1859, con el apoyo del grupo liberal, expidió las Leyes de Reforma que declaraban la independencia del Estado respecto de la Iglesia, la ley sobre matrimonio civil y registro civil; la de panteones y cementerios, y el paso de los bienes de la Iglesia a la nación. A partir del 15 de junio de 1861 Juárez fue electo constitucionalmente para continuar en la Presidencia de la República.
Hablar de Benito Pablo Juárez García es hablar de un hombre esforzado. Sus estudios lo llevaron a obtener el título de abogado y durante buen tiempo vivió de su profesión defendiendo a las comunidades indígenas. Juárez nunca se olvidó de su extracción zapoteca. Luego vendría una carrera política que lo llevaría hasta la Presidencia de México.
Por su defensa de las libertades humanas; ejemplo para otros países latinoamericanos se le llamó el “Benemérito de las Américas”. Un ejemplo de ello ocurrió en Yucatán, durante la llamada Guerra de Castas, cuando el gobierno yucateco, ante el temor de ser atacado por los rebeldes mayas, tomó la decisión de exterminar a esta raza indígena, matándolos o vendiéndolos como esclavos a las haciendas de la isla de Cuba. Fue un próspero negocio iniciado a partir desde 1848.
Lamentablemente para los mercaderes, y para el mismo gobierno de Yucatán, el presidente Juárez emite un decreto en mayo de 1861 en el que “se prohíbe el comercio de indios mayas bajo cualquier título”, pues engañosamente se mencionaba que eran “jornaleros contratados”.
Aunque muy a la distancia, Juárez conocía bien a los mayas rebeldes. Su gobierno intentó negociar con ellos para detener la Guerra de Castas, pero sólo la gente de Kantunilkín (hoy cabecera del municipio de Lázaro Cárdenas) firmó con él, en 1859, un acuerdo de paz, lo que permitió el libre tránsito de las riquezas madereras y chicleras por la zona de Kantunilkín, fundamental por su cercanía con el mar y su rápido acceso a Mérida. La fundación oficial de Kantunilkín es el 10 de octubre de ese año.
Uno de los grandes afectados por la disposición juarista, de prohibir la venta de mayas a Cuba, fue Fermín Antonio de Mundaca y Marecheaga, un contrabandista español, que se avecindó en Isla Mujeres en 1858.
Según Fidel Villanueva Madrid, cronista de esta isla, Mundaca se benefició ampliamente de la venta de esclavos, y a pesar del decreto presidencial, éste siguió haciéndolo, aunque en menor escala. “Mundaca – dice Fidel – da muestras muy evidentes de ser enemigo de Juárez y de la República, pues en su hacienda Vista Alegre (al sur de Isla Mujeres) se hayan elementos arquitectónicos que tienen que ver con el Imperio como un estandarte de los Habsburgo y un gorro frigio (representativo de Francia)”. Habían llegado a México los tiempos del Imperio.
Entre 1864 y 1867, apoyados por los conservadores mexicanos y por el ejército francés de Napoleón III, se instauró en nuestro país el Imperio Mexicano de Maximiliano de Habsburgo y María Carlota. México, ya de por sí dividido entre liberales y conservadores, se fragmentó aun más entre republicanos e imperialistas.
En el sureste de México, los estados de Tabasco y Campeche se mantuvieron liberales y republicanos, fieles a la causa juarista. En cambio para Yucatán Juárez era un enemigo pues no sólo les había coartado la venta de esclavos en 1861, sino que un año más tarde, en 1862, un español de nombre Domingo de Goicuria se presentó en Washington para negociar la venta de Cozumel a los Estados Unidos a fin de establecer ahí una “república de negros”, ya que en Estados Unidos no los querían.
Hoy día sabemos que Domingo de Goicuria no actuó solitario, sino bajo el cobijo del gobierno yucateco, y lo que pretendía realmente era que Estados Unidos se interesara no sólo por Cozumel sino por todo Yucatán, pero nuevamente el gobierno de Benito Juárez, a través de Matías Romero, su encargado de negocios en Washington, y de Manuel Doblado, su secretario de Relaciones Exteriores, evitó que se consumara tal disparate.
Es de entenderse que la Casta Divina de Yucatán (hacendados) – separatista por tradición – nunca simpatizó con el gobierno del indio oaxaqueño. Se mantuvo conservadora y también imperialista. Por ejemplo, el presidente Juárez nunca estuvo en Yucatán, en cambio la emperatriz Carlota fue bien recibida desde su llegada a Sisal (noviembre de 1865), su estancia en Hunucmá y ni se diga en Mérida, y si bien Maximiano no estuvo en este viaje fue por motivos de salud.
Por supuesto habría que aclarar que no todos los yucatecos fueron conservadores e imperialistas. Por aquellos años las islas de Cozumel y de Mujeres también formaban parte de Yucatán, pero geográficamente se mantenían muy alejadas del conflicto. Además, a diferencia de las ciudades de Campeche y Mérida, los pobladores de éstas eran en su mayoría pescadores y campesinos, lo que dio como resultado una neutralidad ejemplar.
Una muestra de ello es que en Cozumel, el profesor Velio Vivas Valdés, cronista de esta ínsula, apenas registra dos documentos firmados por dos grupos de cozumeleños, uno apoyando al Imperio, en 1864, y otro a Benito Juárez, en 1867. El cronista cozumeleño no tiene información sobre aceptación o rechazo a las Leyes de Reforma, pero, apunta: “por la forma como se manejó el Registro Civil todo hace pensar que la sociedad de entonces era bastante abierta”.
Cozumel posee los libros del Registro Civil del gobierno de Juárez más antiguos del actual estado de Quintana Roo, 32 tomos que han sido restaurados, y que datan de 1867; año en que fue fusilado Maximiliano de Habsburgo y triunfó la República.
Por lo que hace a Isla Mujeres, salvo el ya citado caso del pirata español Fermín Mundaca, el cronista Fidel Villanueva Madrid apunta que los isleños se mantuvieron neutrales porque incluso así lo indicaba el decreto de fundación del pueblo, en 1850, en el que se señala que sus pobladores “estarán libres del servicio de armas”.
Pero con decreto o no, los isleños, al igual que sus paisanos de Cozumel, dieron muestra de una inusitada civilidad. Pues mientras en casi toda la nación la Iglesia y el Estado se mantenían en guerra frontal, en Isla Mujeres ese odio pasó de noche gracias a las “costumbres difíciles de erradicar”, como bien lo señala Fidel Villanueva:
“Todavía hasta 1902 el Registro Civil de Isla Mujeres no anotaba al niño si antes no habías ido a ver al señor cura, porque existía la tradición – obligatoria en alguna época – de que al nacer alguien tenía una hora para llevarlo a la iglesia a fin de que el sacerdote diera fe. Las Leyes de Reforma ya eran historia y aquí se seguían haciendo las cosas a la antigua porque las autoridades eran pescadores o comerciantes habilitados como jueces”.
Como dato histórico – señala el investigador – el primer censo poblacional que se realiza en Isla Mujeres ocurre en 1866 y lo mandó a hacer el emperador Maximiliano de Habsburgo.
Sobre el destino de aquellos mayas que fueron llevados a Cuba durante la llamada Guerra de Castas, el cronista isleño nos dice al respecto:
“Todavía existe la colonia maya en Cuba, especialmente cerca de Guanabacoa, y en un lugar de Matanzas que se llama Isla, ahí todavía hay grupos que no pierden su origen y aunque guardan sus facciones ya no hablan maya y los apellidos se han perdido”.
Al triunfo de la República en 1867, el presidente Benito Juárez consolidó su gobierno y en 1871 se reeligió por última vez, pues un año más tarde, el 18 de julio de 1872, la muerte lo sorprendió. El próximo 21 de marzo se cumplirán 201 años del nacimiento del político más destacado que México le ha dado al mundo, y su máxima se mantiene más vigente que nunca: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno, es la paz”.
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