Por Alma Conde<Radar Peninsular
Hace algunos días, hubo una nota que llamó mi atención: un adolescente golpeaba brutalmente a su compañera en un salón de clases y lo que es aún más alarmante, fue video grabado el incidente no sé si como un testimonio o para alentar a que más chicos lo hicieran.
Gracias a la tecnología de la que ya estamos muy acostumbrados, rápidamente se difundió ese video y, claro, nuestro deporte favorito entró a protagonizar la historia; no habían pasado ni dos horas cuando se viralizó el material y junto con él, una serie opiniones al respecto: “que qué desgraciado sujeto”, “deberían llevarlo a la cárcel”, “pobre muchacha”, “¿y los papás? Bien gracias…”.
Lo que sabíamos de esta historia, era “suficiente” –según nosotros- para juzgar a los involucrados. Ya habíamos condenado al muchacho y victimizado a la señorita. Indignados y furiosos nos fuimos a la cama ese día.
Sin embargo, en los siguientes días se dio a conocer otro video en el que presuntamente la chica es la que agrede al chico junto con sus amigas, al parecer porque el chico es homosexual. Aquí entre nos, me quedé con la versión de que este video había sido grabado antes de la agresión del sujeto a la chica…
honestamente, no sé en qué acabó la situación, porque creo que no me incumbe saber más; sin embargo, me dio pie a reflexionar que la mayoría de las veces, con la primera información que tenemos, comenzamos a juzgar a las personas sin siquiera ver todas las aristas del problema.
Tal vez este muchacho actuó –mal por supuesto- para defenderse de lo que ya había llegado al límite de su tolerancia ¡¿qué se yo?! No lo sabemos con claridad, solo los involucrados. Lo que sí debemos saber, es que para la sociedad en general, es muy sencillo criticar y juzgar situaciones que no deberían ser de nuestra incumbencia. Pero cuando alguien nos juzga, ya no nos parece justo y nos enojamos. ¿Te parece familiar?
¿Has estado en esta situación alguna vez? ¿De qué lado has estado, del que juzga o del que es juzgado?
Creo que hemos mal interpretado el sentido de la “libertad de expresión” y creemos que tenemos derecho a opinar, juzgar, criticar y condenar a cualquier persona bajo cualquier situación. La libertad de expresión no es eso, es simplemente dar nuestro punto de vista con conocimiento de causa, investigando antes de emitir un juicio y obviamente, algo que nos afecte a nosotros mismos.
ANTES DE HABLAR, VERIFICA LA INFORMACIÓN
Alguna vez alguien me dijo: Antes de hablar de alguien, debes hacerte estas sencillas preguntas: Lo que vas a decir, ¿Te consta y es verdad?; si te consta y es verdad, ¿Le va a ayudar a la otra persona?; si no le va a ayudar a la otra persona y no te consta, ¿para qué o por qué lo vas a decir?
Y aquí entre nos, también agregaría otra pregunta: ¿Crees que si juzgamos menos, nuestra sociedad sería más empática y menos agresiva?
¿Agresiva?, SÍ. Tan solo quiero recordarte lo que sucedió hace poco más de un año cuando un grupo de personas intentó linchar al famoso Aleksei Makeev cuando a él le dio por insultar a cuanta persona pasara frente a él. Lo juzgamos y lo condenamos sin saber quizá si estaba bajo tratamiento médico. Una amiga muy querida lo conocía y ella sabía –un poco más que el resto de los que no lo conocían- por lo que él estaba pasando. Con esto no quiero justificar en absoluto lo que él hizo, pero creo que la sociedad tampoco actuó como la más civilizada…
En fin, dejemos que los que juzgan sean los jueces, los que estudiaron para ello y hacen su trabajo para defender a otros y dejemos de juzgar nosotros que no tenemos –como decimos muy coloquialmente- “los pelos de la burra en la mano”.
Muchas veces solo vemos una cara de la moneda y difícilmente sabremos todo el contexto: primero, porque no estuvimos ahí y, segundo, simplemente porque ¡no deberíamos meternos en la vida de los demás!