Hace casi seis años, el 27 de septiembre de 2017, moría en su cama y rodeado de conejitas, admiradores y familiares Hugh Hefner, el hombre que fundó un imperio multimillonario alrededor del sexo, del cuerpo femenino, de convertir fiestas llenas de desnudos (de mujeres) y orgías en parte del imaginario colectivo.
Apenas dos semanas después, saltaba a la luz pública un movimiento que revolucionaría el feminismo y la visión acerca de las mujeres más públicas (actrices, modelos) de todo el mundo: el Me Too. Para Hefner fue tarde para vivirlo. Pero como dice ahora, más de un lustro después, la que fue su tercera y última esposa, 60 años menor que él, “se lo perdió justo a tiempo”. “La vida útil de Hef, a sus 91 años, terminó con la cúspide del Me Too. ¿Casualidad? No lo creo”.
Esas palabras le han costado a Crystal Hefner, ahora de 37 años, mucho tiempo de reflexión y terapia. La viuda del empresario ha concedido varias entrevistas (a la revista US Weekly, el tabloide New York Post y el diario británico Daily Mail) donde desgrana cómo ha vivido estos seis años sin su esposo y adelanta parte de sus memorias, que saldrán publicadas en enero y que se titularán Only Say Good Things, que podría traducirse como: “Di solo cosas buenas”. Porque eso es lo que le pidió Hefner a su esposa, que después de morir solo contara lo bueno. Y aunque reconoce que estaba “en el equipo de Hef”, y que aún, en parte, lo está, ya no solo puede quedarse con lo bueno. Porque hubo mucho, mucho malo, explica. Tanto que asegura que, si logra el doctorado en Psicología que pretende, se quitará el Hefner y retornará a su apellido de soltera: será la doctora Crystal Harris. “Si lo logro, se acabó. Adiós”.
Más que desde el resentimiento —reconoce que tuvo momentos felices en su etapa con el magnate, que además la ha dejado en una posición económica desahogada—, Crystal Hefner habla desde la introspección, tras seis años de “deconstrucción”, asegura. Tiempo en el que se ha dado cuenta de que sus implantes mamarios eran “demasiado grandes” y por eso se los quitó (“parecía una muñeca hinchable china, me sentía llevando un disfraz”), de que odiaba ser tan rubia (en cuando empezaba a asomar su raíz natural, su esposo se lo hacía notar), de que no le gustaba llevar tacones ni ropa explosiva (lo único que conserva es su disfraz de conejita) y de que estaba, literalmente, encerrada.
Su esposo no le permitía salir de casa, cuenta. Nunca pudo viajar, ni siquiera ir a la playa o a Disneyland, como tanto ansiaba. Si él estaba en la mansión de Los Ángeles, había toque de queda a las seis en punto de la tarde. De cena, sopa de pollo y queso untable. Después, o sesión de películas clásicas u orgía. “Era muy vergonzoso”, recuerda Crystal en su conversación con el Daily Mail. “No conocía a la mayor parte de la gente que había en nuestro dormitorio, que era mucha. Horrible. Era como: ‘Venga, ahora te toca a ti’. En realidad nadie quería estar allí pero pienso que, en la mente de Hef, él pensaba que todavía tenía cuarenta y tantos años y, esas noches, la gente, la mansión, hacían más sólida esa idea. Él lo sentía: ‘Aún puedo”. Los domingos tocaba, seguro, orgías, con 200 mujeres en la mansión, donde su dueño tomaba viagras sin parar, tanto que quedó sordo de un oído: “Hef siempre decía que prefería estar sordo y poder seguir practicando sexo. Raro”.
La pareja se conoció cuando ella tenía apenas 21 años y solicitó una invitación para una fiesta de Halloween en la célebre casa, y fue aceptada. Aunque nacida en Arizona, Crystal se mudó con sus padres a Birmingham, Reino Unido, cuando era muy pequeña, donde vivían en la casa situada sobre el pub familiar. Su padre era cantante, telonero de algunas estrellas del momento, pero murió cuando ella tenía 12 años, dejándolas a ella y a su madre en una situación precaria. Estudió Psicología en San Diego, California, y, cuando logró entrar en esa fiesta, encontró un tema de conversación con Hefner: él había estudiado la misma carrera… 40 años antes. Esa noche fueron amantes, un momento que recuerda como “nada destacable”: “Lo que sea que te guste, lo que sea que pienses, o como quieras que vaya una noche, no fue así”. Se casaron en la Nochevieja de 2012, cuando ella tenía 26 años y él 86, tras firmar un contrato prenupcial “de acero”. Iban a hacerlo seis meses antes, pero ella se negó a cinco días del enlace.
Desde que Crystal entró en la mansión Playboy, quedó encandilada. Y se mudó enseguida. Dejó la psicología (“Ya tenía bastantes problemas como para curar a los demás”, declara al NY Post) y centró su vida en Hugh Hefner. La diferencia de edad fascinaba a todos. “Todo el mundo tenía preguntas. Sobre todo anatómicas”, relata hoy con un cierto sarcasmo. Aunque “lo más difícil fue que Hef no fuera demasiado juzgado. Y con razón”. Ella se dedicó a cuidarle, especialmente en el final de su vida, cuando evitaban que le vieran con bastón, muy frágil. Harris cultivó una relación cordial con sus cuatro hijos, nacidos de otros dos matrimonios anteriores. Entre todos se han repartido un legado estimado en unos 40 millones de euros.
Para ella, Hef, como le llama, le dio una sensación de pertenencia tras venir de una familia rota. “Dependes de la bondad de los otros y te haces chiquitita para poder encajar, no tienes poder. Cuando le conocí dije: ‘Vaya, podría pertenecer a esto’. Al principio, la mansión Playboy me pareció un santuario. No lo era. Pero o lo tomas o lo dejas, y yo no sentía que tuviera otro lugar donde ir o que pudiera hacer nada más”. Por ello se mudó allí junto a sus amigas gemelas Karissa y Kristina Shannon, de 18 años, también elegidas por Hefner para pertenecer a su tribu, una elección “devastadora para las chicas, pero un juego para él”, según la viuda del magnate, que observa que era fácil encontrar reemplazos para las jóvenes y que, al estar “siempre en guardia”, era difícil cultivar amistades. “Ahora estoy aprendiendo lo que significa la amistad entre mujeres, saber qué es tener mujeres que realmente quieren lo mejor para ti, en las que puedes confiar. Fue un ambiente duro y despiadado durante mucho tiempo”, asegura.
Es habitual ver en las últimas fotos de su vida a Hefner junto a las tres jóvenes rubias, su esposa y las aún más jóvenes hermanas Shannon. En un documental estrenado hace un año, Karissa acusa al magnate de violación y de tener que abortar tras quedarse embarazada de él con 19 años. Crystal ha explicado que, en un registro en la casa, encontró material de muchas mujeres desnudas, y que decidió destruirlo por completo. Es lo que ella hubiera querido que hicieran con sus imágenes, sostiene. “Había un cierto arresto domiciliario, viví en la misma burbuja entre los 21 y los 31 años. Era premiada por ser dependiente y por muchas cosas raras y competitivas. Ahora estoy aprendiendo cómo es ser una persona normal saliendo y en relaciones. Está siendo duro”. Pero entiende, o trata de hacerlo, los motivos que le llevaron a vivir de ese modo en esa etapa de su vida. “Al final pertenecía a algo y era importante, por asociación, pero importante. Y eso gusta”. La fachada pronto quedó expuesta. “Todo el mundo estaba besando a un hombre de 80 años”, recuerda. “Según se iba haciendo mayor, se volvía más necesitado y dependiente de mí”. Cuando se acercaba el final, se sintió en la necesidad de cuidarle, aunque ahora ve que aquello no era una relación sana.
Tras la muerte de Hefner, su viuda llegó a hablar de él como “un héroe americano”. “Él cambió mi vida, me salvó la vida. Me hizo sentir querida todos los días”, decía tras enterrarle en una tumba junto a la de Marilyn Monroe, un nicho que el empresario había comprado 40 años atrás. Hoy, sus pensamientos no son los mismos. “Si fuera mi hija ahora, no ocurriría”, reflexiona Crystal Hefner. “Todo lo que puedo decir es que si vienes de una infancia de cariño, feliz y perfecta, normalmente no acabas con alguien que tenía casi 60 años cuando naciste”, asegura ahora en sus entrevistas, contando cómo había encontrado recientemente una foto suya con él en sus inicios. “Es tan triste, parecía un bebé. Miro atrás y siento pena por esa chica. Eso iba a ser como ese momento de El mago de Oz donde la fantasía se desvanece, descubres la cortina y ves la realidad. Pero quien tiene el dinero crea las reglas, ¿no?”.
“Si echo la vista atrás, tenía un cierto síndrome de Estocolmo”, reconoce pasado el tiempo en sus entrevistas actuales. “Una parte de mí pensaba que, si fuera amor verdadero, no habría más mujeres en ese dormitorio. Me reconciliaba conmigo misma intentando creer que Hef me amaba del mejor modo que sabía”, explica ahora, con una vida independiente gracias al dinero que le dejó el magnate, pero también a una intensa actividad en redes (tiene más de tres millones de seguidores en Instagram, lo que le consigue colaboraciones pagadas) y a su trabajo como embajadora de un club digital y también de presidenta de la fundación de Hefner, que defiende la libertad de expresión y cuyo legado gestiona. Reconoce que le cuesta mantener relaciones sentimentales, y que siempre le proponen conocer a hombres más mayores. “Y es horrible”.
Crystal mantuvo la promesa alrededor de Only Say Good Things durante cinco años. “Pero tras mucha terapia y curación, me di cuenta de que necesito ser honesta conmigo misma”, afirma en el NY Post. “Ese libro trata sobre cómo curarse de un entorno tóxico”. Un entorno que ella misma ha tardado en comprender. En sus entrevistas califica a su marido como “un narcisista y un misógino… un ser humano muy complicado”. “También hizo mucho bien, ayudó a mucha gente y alzó la voz por causas. Y, a la vez, hirió a gente de un modo que no se daba cuenta”, relata, siempre con la contradicción a punto. La casi doctora Crystal, todavía Hefner, pronto Harris, que ahora vive tranquilamente en Hawái, ya ha visitado 37 países, tiene un podcast a punto de estrenarse, ha tenido citas con hombres distintos, ha congelado sus óvulos para ser madre en el futuro y sigue amando el británico chocolate Cadbury más que cualquier cosa en el mundo.
Con información de María Porcel, para El País
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