Ocho años sin la voz de Amy Winehouse. La artista británica fue un talento excepcional cuya breve y salvaje carrera le pasó factura el 23 de Julio de 2011.
“Sus habilidades podrían ponerla en la misma liga que Judy Garland o Ella Fitzgerald. Podría ser una de las grandes». Así recordaba a Amy Winehouse la directora de la primera escuela de teatro en la que la artista se presentó para una audición.
Tenía solo 12 años, y desde muy pequeña tenía claro que lo que quería era dedicarse a la música, razón por la cual se rebeló en el colegio y antepuso esa, su pasión, a cualquier otra materia de estudio. Era hija de un taxista y una farmacéutica, y se crió en el suburbio londinense de Southgate. Winehouse estaba aburrida en la escuela y solo le interesaba un tema: la música.
De hecho, en su solicitud para aspirar a una plaza en dicha escuela escribió: «Yo diría que mi vida escolar está llena de ‘podría mejorar’ y ‘no funciona en todo su potencial’. Quiero ir a algún lugar donde me extiendan hasta mis límites y quizás incluso más allá. Cantar sin que me digan que me calle, pero sobre todo tengo el sueño de ser muy famosa. Trabajar en el escenario. Quiero que la gente escuche mi voz y simplemente olvide sus problemas durante cinco minutos». Y así, con esa declaración de intenciones tan sincera, fue incorporada a la prestigiosa escuela de talentos de Londres.
Su primer contrato discográfico llegó a la temprana edad de 19 años. Frank, su álbum debut, vio la luz en 2004 y rápidamente alcanzó el número 3 en su país de origen, Gran Bretaña. En este primer acercamiento a la artista no solo conocimos su gran voz, sino también su forma de escribir y de contarnos su vida, pues hacía referencia directa a la turbia relación que mantenía con su ex novio.
La crítica la encumbró desde el primer verso. Era una mujer blanca con voz y alma negra. Inspirada directamente en la brillante década de los sesenta no solo en lo vocal, sino también con una estética muy concreta: con ese moño infinito y el delineador de ojos grueso que la acompañó hasta sus últimos días. Ella misma se marcó a Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald como sus modelos a seguir.
Amy pronto alcanzó el éxito profesional, pero junto a él también fue apareciendo un irracional miedo a cantar frente a grandes audiencias. Esa sensación tan opresora a estar encima de un gran escenario la llevó a llevar su música a los pequeños clubs, donde el soul y el jazz que envolvían su música encontraban su lugar en pequeños rincones con pocos seguidores.
Sin embargo, durante esos conciertos, Amy también se aficionó a beber alcohol para ahogar esa fobia a actuar en directo. Y lo fue aún más destructivo, conoció a Blake Fielder-Civil y se enamoró de él. Como dos Kurt Cobain y Courtney Love tardíos, ambos se enamoraron e iniciaron juntos una senda llena de excesos de alcohol y drogas.
Como ya había pasado en su anterior disco, cuando su amor la abandonó, Amy vomitó todo su dolor en el siguiente disco: Back To Black. No hay mal que por bien no venga, y gracias a todo ese desamor, el álbum le dio cinco premios Grammy y finalmente la convirtió en una estrella mundial. De todas las grandes canciones de este trabajo, fue Rehab el tema que dominó las listas de éxitos. De nuevo presentándose sin caretas, Amy contaba aquí el fallido intento de su padre y su representante de meterla en una clínica de rehabilitación. Una canción escrita en dos horas que rápidamente conectó con toda una generación de almas perdidas que, hasta entonces, no tenían un referente contemporáneo.
Poco más de un año después de la separación con su ex, Blake Fielder-Civil volvió a la vida de la artista y llegaron incluso a casarse, pero se divorciaron de nuevo dos años después. En esta época, en el año 2009, la vida sentimental de Amy se asemejaba claramente a la profesional. Estaba estancada. Avanzaba y retrocedía casi a partes iguales. Rara era la vez que no se tambaleaba en el escenario y su voz siempre sonaba apagada, débil, como un vago recuerdo de aquella niña que lo dejó todo por actuar.
A estas alturas, comenzaban a cancelarse masivamente conciertos y giras, y siempre por la misma excusa de su representante: ‘razones de salud’. Era vox pópuli: Amy Winehouse tenía un problema grave con el alcohol, y solo había que recordar ese Rehab que la encumbró para saber que no tenía remedio.
El 23 de julio de 2011, su guardaespaldas la encontró muerta en su apartamento de Londres, y la causa fue una intoxicación etílica. A Amy lo único que la importaba era crear música, sin darse cuenta de que la espiral de exceso en la que estaba sumida iba a acabar con su vida. Esa actitud y esa forma de escribir canciones fueron un grito constante de auxilio durante sus últimos días. Como escribió una periodista británica en un obituario: «Podía dar vida a las canciones como ninguna otra, pero no pudo vivir su propia vida».
Fuente: Los 40
Esta web usa cookies.