La semana pasada, después de que The New York Times informara que el Gobierno de Estados Unidos (EU) había rechazado una supuesta oferta diplomática de Nicolás Maduro para destensar la relación –“ofrecía los yacimientos de petróleo y minerales de su país a empresas estadounidenses”–, el periodista Jonathan Blitzer, de The New Yorker, le preguntó a un alto exfuncionario de la Casa Blanca si era descabellado imaginar una invasión estadounidense real de Venezuela. “Su respuesta, por ahora, fue afirmativa”.
–Una verdadera invasión total requiere probablemente sesenta mil efectivos terrestres más de los que tenemos actualmente –dijo–. Eso no quiere decir que Trump no aceptaría alguna operación o presencia para llamar la atención. Ese es más su estilo.
El texto del periodista se llama: “El verdadero objetivo de la guerra de Trump contra los barcos narcotraficantes”. Cuenta cómo Donald Trump ha querido bombardear México desde su primer mandato, pero la cantidad de complicaciones y la negativa directa su gente más cercana lo ha disuadido.
“Durante su primer mandato, Trump preguntó a sus asesores si Estados Unidos podía lanzar ataques militares contra México, basándose en la premisa de que el país era el principal responsable del problema de las drogas en Estados Unidos. ‘No tienen control sobre su propio país’, le dijo Trump a Mark Esper, su anterior secretario de Defensa. Como Esper escribió posteriormente en sus memorias, Trump había preguntado repetidamente si podía ‘lanzar misiles a México para destruir los laboratorios de drogas’ y propuso que, de ser necesario, se pudiera hacer ‘discretamente’. ‘Nadie sabría que fuimos nosotros’, habría dicho Trump”.
Trump finalmente se vio obligado a ceder tras la férrea oposición del Departamento de Defensa: el Gobierno mexicano era el principal socio comercial de Estados Unidos y un aliado influyente para limitar la expansión de la migración regional, dice el texto de The New Yorker. “Sin embargo, a principios de 2023, la perspectiva de medidas drásticas se estaba convirtiendo en una postura cada vez más común en el Partido Republicano. Los legisladores republicanos en la Cámara de Representantes presentaron, pero no aprobaron, una autorización para el uso de la fuerza militar contra los cárteles, y argumentaron que el Gobierno federal debería designarlos como organizaciones terroristas extranjeras. Añadir el Tren de Aragua a esta causa en particular fue una consecuencia de la campaña presidencial de 2024. En agosto, tras la viralización de un video de un complejo de viviendas en Aurora, Colorado, que mostraba a hombres armados presuntamente pertenecientes a la pandilla, Trump comenzó a hablar constantemente del grupo”.
De acuerdo con un texto publicado por The New Yorker, dos facciones dentro de la actual Administración han estado en conflicto abierto sobre cómo manejar a Nicolás Maduro.
Venezuela se atravesó, entonces, en los planes de Donald Trump. Y una vez de regreso al cargo, “Trump quería ver una acción militar más drástica en el escenario internacional”.
–Ha habido un impulso, una energía para hacer algo agresivo y diferente – le dijo a la afamada revista una fuente cercana al Gobierno de Trump–. Tenía que llegar a alguna parte. Íbamos a empezar a matar a miembros de los cárteles. Pero existía la sensación de que si empezábamos a actuar con mayor intensidad en México, eso tendría consecuencias de segundo y tercer orden que serían nefastas.
“El Gobierno mexicano, por su parte, se mostraba discretamente cooperativo en la frontera, y la Presidenta del país, Claudia Sheinbaum, lograba equilibrar la oposición pública a Trump con una mayor flexibilidad en privado. Venezuela, en cambio, era un objetivo evidente. ‘No había un riesgo directo porque Venezuela no está en nuestra frontera’, declaró la fuente. Maduro ha atacado con saña a sus oponentes políticos y ha presidido el colapso económico del país. Durante la última década, casi ocho millones de personas han huido. El 10 de octubre, la líder opositora venezolana María Corina Machado recibió el Premio Nobel de la Paz. De inmediato se lo dedicó a Trump, a quien lleva años intentando reclutar para derrocar a Maduro. ‘Todos sabemos que el jefe del Tren de Aragua es Maduro’, declaró Machado a Donald Trump Jr. en su podcast de febrero. ‘El régimen ha creado, promovido y financiado el Tren de Aragua’. Bajo el Gobierno de Maduro, añadió, el país se ha convertido en un ‘refugio para terroristas, cárteles de la droga y grupos como Irán, Hezbolá, Hamás y China’”, detalla Jonathan Blitzer.
Serie de fotografías que muestran al ejército y la guardia nacional estadounidense apostados en la frontera con México, presuntamente vigilando el paso de droga a su país.
Halcones y moderados
El texto de The New Yorker cuenta que desde enero, dos facciones dentro de la actual Administración han estado en conflicto abierto sobre cómo manejar a Nicolás Maduro. “Una de ellas, liderada por Marco Rubio, secretario de Estado y asesor interino de seguridad nacional, quería un cambio de régimen o, en su defecto, una política de mayores sanciones, aislamiento diplomático y más amenazas. Richard Grenell, enviado del Presidente [Trump] para ‘misiones especiales’, representaba el otro bando, más conciliador, en el asunto venezolano”.
Y en enero, Grenell viajó a Caracas para reunirse con Maduro. Mantuvieron negociaciones discretas sobre la liberación de estadounidenses que habían estado recluidos en cárceles venezolanas y la posible flexibilización de las restricciones a las exportaciones petroleras del país, algo que el Gobierno de Joe Biden había comenzado a hacer. “Un resultado notable de dicha diplomacia fue que Venezuela comenzó a aceptar deportados de Estados Unidos, algo a lo que el Gobierno de Maduro se había resistido durante años”.
Pero en agosto, los de línea dura comenzaron a ganar. Alguien con conocimiento de las deliberaciones internas le dijo al periodista que el cambio pareció marcar una victoria para Rubio. Pero el cambio no reflejó tanto la influencia de Rubio como la participación de un nuevo actor en la lucha política: Stephen Miller, subjefe de Gabinete del Presidente y director del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.
Stephen Miller pasó en menos de una década de ser un miembro del personal del Senado, que enviaba correos electrónicos a los periodistas a altas horas de la noche con historias sobre inmigrantes que cometían delitos, a una de las personas más poderosas de Estados Unidos. El hombre que ha delineado la política migratoria de Trump, como cuenta el periodista Obed Rosas en SinEmbargo. Después de que Trump ganó las elecciones en noviembre, Miller trasladó a su familia a Palm Beach, Florida, y desempeñó un papel importante en la transición, según The New York Times. Él es de hecho el autor de varias órdenes ejecutivas antiinmigración que incluyen la eliminación de la ciudadanía por nacimiento; la designación de los cárteles de la droga como organizaciones terroristas extranjeras; y el restablecimiento del Título 42, que permite a Estados Unidos cerrar la frontera con México.
The New York Times expuso hace unos meses, en un amplio artículo de Jason Zengerle, cómo Miller trabajó en los cuatro años del Gobierno de Joe Biden en un grupo llamado America First Legal, uno de los varios grupos de reflexión y talleres políticos creados por antiguos ayudantes de Trump, como el Center for Renewing America, fundado por el exdirector de presupuesto Russell Vought; el America First Policy Institute, creado por la exasesora de política interior Brooke Rollins; y el Project 2025 de la Heritage Foundation, dirigido por Paul Dans, quien trabajó en la Oficina de Administración de Personal con Trump.
Serie de fotografías que muestran al ejército y la guardia nacional estadounidense apostados en la frontera con México, presuntamente vigilando el paso de droga a su país.
Los ojos en Venezuela
Miller se puso del lado de Rubio no por un cambio de régimen. Más bien, fue porque Venezuela ofreció “una válvula de escape para la creencia de que el Presidente puede simplemente matar a estos tipos” como parte de una guerra indefinida contra las drogas y el crimen, dice el texto de The New Yorker.
“Stephen es gran parte de la energía detrás de los atentados”, dijo la fuente a Jonathan Blitzer. “Está a cargo de la cartera del hemisferio occidental: inmigración, asuntos de seguridad y la persecución de los cárteles. Convoca grupos de trabajo casi a diario. Ha sido muy directo con el Departamento de Defensa sobre lo que quiere ver. El equipo de Hegseth simplemente dice ‘sí’”.
Nadie se resiste, agrega el periodista. A Miller le dijeron que no a cosas similares en su primer mandato. Ya no tiene gente que le diga: “No, esto no es buena idea”.
Serie de fotografías que muestran al ejército y la guardia nacional estadounidense apostados en la frontera con México, presuntamente vigilando el paso de droga a su país.
“Para Miller, los ataques militares contribuyen a expandir el poder del Presidente, a la vez que refuerzan la narrativa de los inmigrantes venezolanos como ‘enemigos extranjeros’. Como lo expresó un exfuncionario de la Administración Trump: ‘Esto se siente como la militarización de la política interna. ¿Cómo se mantiene uno en el poder? Se crea un ‘otro’. Se dice que estamos bajo ataque. Se crea un casus belli. Se culpa al otro de todo. Esto ocurre mientras se despliega la Guardia Nacional en las ciudades. Se está acostumbrando a la gente a este tipo de acciones. Esto está ampliando la definición del uso de la fuerza”.
Las implicaciones del uso de las fuerzas armadas por parte de Trump tampoco pasan desapercibidas para otros países latinoamericanos, dijo el exfuncionario de la Casa Blanca.
–Si eres Panamá, piensas que se trata de ti. Si eres Colombia, piensas que se trata de ti. Demuestras a los mexicanos que harás lo que dices. Los brasileños pensaron que se trataba de ellos. Si crees que es una señal, es una señal.
Con información de la revista The New Yorker