La ropa sí hace al rey. Al menos a Carlos III, recién coronado en una ceremonia tan anacrónica como hipnotizante, que aunque fue modernizada y algo aligerada para adecuarla a 2023 contó con los elementos clave que durante siglos convirtieron a sus antepasados en reyes y reinas ante los ojos del mundo.
En una cita tan simbólica como ésta la ropa fue fundamental: su indumentaria venía descrita en el Liber Regalis, un libro del siglo XIV que se preserva en la biblioteca de la abadía de Westminster y que explica, entre otras cosas, que un rey tiene que serlo, pero además necesita parecerlo.
Carlos III se convirtió en monarca en el momento en el que falleció su madre, Isabel II, pero su imagen como tal hizo historia en el momento en que se puso su capa de armiño y le colocaron su impresionante corona (en realidad llevó dos, la de San Eduardo para la coronación y la Imperial, con 2 mil 868 diamantes, para salir de la abadía), decorada también con este lujoso pelaje.
La capa de pelo blanco salpicada de motitas negras recibe el nombre de Robe of State (capa de Estado) y fue creada para Jorge VI en 1937. Con ella ha posado en su primer retrato oficial como monarca y con ella le veremos en las aperturas del Parlamento británico, como manda la tradición. Tras la imagen, un tuit alcanzó la viralidad: “Yo pensaba que lo sabíais, esas capas blancas se hacen con este pequeño animalito llamado armiño y cada punto negro en la capa es una colita, se necesitan miles porque son muy chiquitos… contad todas las capas que hubo en la ceremonia…”, escribía @ElnietodelaPra.
Efectivamente, el armiño o Mustela erminea es un animal carnívoro muy extendido en los bosques y estepas europeos, tanto que está considerado una especie invasora. Tiene un cuerpo alargado, es muy flexible y pesa entre 100 y 300 gramos. Durante todo el año su pelaje es de un tono pardo o marrón, pero cuando llega el invierno muta en un blanco perfecto solo interrumpido en la punta de su cola, de color negro, que distrae a sus posibles despertadores y le da más boletos para escapar.
Estos pequeños mamíferos son muy apreciados por las monarquías desde el XV y durante siglos reyes, reinas y aristócratas se han retratado con sus capas y trajes adornados con armiño, en una imagen que se queda grabada en la memoria colectiva.
Lo confirmaba así la periodista e historiadora del Arte especializada en moda y cambio social Ana Velasco Molpeceres, en una entrevista en RNE: “De gran tradición simbólica en las monarquías europeas, es muy apreciado por su piel, que es completamente blanca (…). Desde el siglo XV es usado profusamente vinculado a las monarquías como un símbolo de lo inmaculado del rey (…), señal de su pureza y poder”. En el protocolo real hay muchos elementos simbólicos que son importantes y esta capa es sin duda uno de ellos.
Para entender por qué el armiño simboliza tanto aún a día de hoy, hay que recordar que su pelaje ha ido atravesando la noche de los tiempos pasando de rey en rey y de noble en noble, hasta convertirse en una pieza de la iconografía pop, que ha vestido y atraído desde personajes de Disney hasta reyes de otras esferas, como lo fue Freddie Mercury, o la reina del punk Vivienne Westwood.
Yo pensaba que lo sabíais,
Esas capas blancas se hacen con este pequeño animalito llamado armiño y cada punto negro en la capa es una colita, se necesitan miles porque son muy chiquitos… contad todas las capas que hubo en la ceremonia… pic.twitter.com/So0cNEAdtX— coeur.de.bois (@ElnietodelaPra) May 7, 2023
Breve historia del armiño
¿Qué tiene el armiño para haberse convertido en símbolo de reyes, reinas y nobles? Pues como todo buen símbolo, cuenta con una leyenda propia con una enseñanza ejemplar: su blancura intachable es pureza total. En la Edad Media ya creían que los cazadores que buscaban armiños untaban con barro la entrada de sus guaridas. Cuando los animalitos, agotados de correr para salvarse, volvían a sus hogares se encontraban con todo aquel barro y tomaban una dramática solución: antes de ensuciarse el pelaje, se entregaban a la muerte.
Así se construyó su imagen de pureza. Además, se trataba de un material muy costoso de conseguir, y según la Enciclopedia Británica ya en el reinado de Eduardo III (1327–77) de Inglaterra, llevar armiño estaba restringido a miembros de la realeza. Desde entonces, los trajes de estado se construyeron de manera que los puntos negros del armiño determinaran el rango de quien los llevara.
La tradición británica establece que además de los reyes, los miembros de la nobleza pueden llevar una capa de armiño y que los puntos negros de piel determinarán el rango de su persona. Los duques cuatro filas, los marqueses tres y media, los condes tres, los vizcondes dos y media, y los barones y los lores del Parlamento dos. El rango en las mujeres no se determina por las filas de colas sino por la longitud de sus capas y la anchura del dobladillo de armiño que las remata: del 1.83 metros para las duquesas, hasta disminuir progresivamente a los 51 milímetros de vizcondesas, baronesas y ladies.
Pero este hechizo no solo es cosa de los británicos. Ya los emperadores bizantinos pusieron sus ojos sobre el pelo de armiño y se sabe que los griegos la llamaban “la rata armenia”. De hecho, hasta finales del siglo XVII, los franceses se referían a ella como «Le rat d’Armenie”.
Como fenómeno de moda, las pieles florecieron en la Europa occidental entre los siglos X y XIX. La burguesía, la élite del poder y los ricos imitaban a la nobleza vistiéndose con lujosas pieles: ya Marco Polo, en su libro de viajes, habla del armiño como uno de los vestidos más caros de los tártaros, allá por 1252. Los monarcas europeos utilizaron el armiño y el arte como proyección de poder y riqueza desde el inicio de su reinado y estuvo presente en los retratos reales, desde Luis XIV de Francia a Enrique VIII de Inglaterra. De hecho, una anécdota que recoge Barbara Parker Bell, autora de Dentro del armario de Ana Bolena, uno de los testigos de la ejecución de la esposa de este monarca dejó escrito que la malograda reina llevaba “un manto peludo de armiños” camino al patíbulo. Una leyenda cuenta que su capa quedó teñida de rojo al caer la guillotina, pero hay otra aún mejor que asegura que una de las damas de compañía de Ana Bolena le quitó el manto antes de ser decapitada para no estropearlo.
También Catalina II de Rusia, más conocida como Catalina la Grande, vistió de armiño en su gran momento. La emperatriz no solo accedió al trono tras un golpe de Estado que incluyó la muerte de su esposo sino que lo hizo con una espectacular coronación para la que llevó una cola de terciopelo adornada con armiño y oro, tan pesada que hicieron falta seis camareras para que la princesa imperial pudiera caminar. Ya en el siglo XX María de Teck, esposa del rey-emperador Jorge V del Reino Unido y emperatriz consorte de la India, fue retratada con impresionantes vestidos adornados con armiño.
El armiño ha sido siempre símbolo de la élite y como tal ha sido plasmado en el arte. A finales de la década de 1480 Leonardo Da Vinci pintó La dama del armiño (que hoy se encuentra en el Museo Nacional de Cracovia en Polonia), un retrato de Cecilia Gallerani, amante de Ludovico Sforza, que era el poderoso duque de Milán y además protector y mecenas del artista. La joven, de 16 años, era culta y sabía de literatura y música, con lo que no tardaron en forjar amistad. Así que la retrató, con una de sus imperturbables sonrisas, sujetando un pequeño armiño. Jan Bruegel vistió a los reyes magos con armiño en la Adoración de los Magos, de 1598, y Murillo hizo lo mismo en la segunda mitad del siglo XVII en su versión de la escena de adoración.
De ‘royal’ a pop
Cuando llegó el siglo XX la piel de armiño adquirió nuevos significados. En 1929, la revista estadounidense Vogue publicó un artículo en defensa de las pieles que decía así: “Ve sin joyas, dinero de bolsillo o ropa cómoda, aconseja Vogue, pero nunca trates de escatimar en pieles. Porque la piel que vistes revelará a todos el tipo de mujer que eres y el tipo de vida que llevas”. Esta declaración da una idea clara de en qué tipo de símbolo se había convertido la piel animal, especialmente una tan delicada y difícil de conseguir como la del armiño. Era considerada la piel más lujosa y ahí es cuando entró la máquina definitiva para glamourizarla: Hollywood.
Cuando Vivian Leigh se convirtió en Anna Karenina en la película de 1948 lo hizo con una gran capa de armiño. Marilyn Monroe lo llevó a su manera, en forma de bikini de pelo, en la cinta de los hermanos Marx Love Happy (1953), añadiendo un inesperado pero efectista toque de sensualidad a esta piel. Bette Davis, otra de las grandes reinas del cine, fue retratada con una prístina chaqueta blanca de armiños rusos con cuello Peter Pan y Gloria Swanson contribuyó al mito con su vestuario en la cinta Sunset Boulevard (1950). La diva definitiva, Elizabeth Taylor, fue fotografiada bajando se un avión privado en Nueva York, junto a su marido Richard Burton, con un conjunto de botas altas y abrigo corto con sombrero a juego, rematados todos con armiño. Según contó The New York Times en 1970 el abrigo blanco que Liberace, el legendario pianista, llevó a una première en 1956 costó a los Warner Brothers cinco millones de dólares de la época. Mientras tanto, Isabel II era coronada con su capa de armiño.
En las siguientes décadas el armiño mantuvo una posición más bien discreta en la moda, con algunas apariciones estelares como la proclamación de Carlos III como príncipe de Gales hace 50 años. Aunque la moda dio prioridad a otras pieles como el visón e incluso comenzó a investigar alternativas sintéticas a las pieles naturales, la iconografía como símbolo de la realeza seguía siendo de lo más poderosa. Tanto que una joven Vivienne Westwood lo utilizó en una de sus primeras colecciones. ¿Qué hacía la que sería reina del punk interesándose por este elemento? La diseñadora, que siempre se sintió feliz al parodiar los códigos clásicos de lo británico, eligió este motivo para reinterpretar el pasado de una manera irreverente. Así, en su colección debut para Harris Tweed, que correspondía al otoño-invierno de 1987/1988, utilizó piel falsa blanca con motas negras y lana para recrear una corona real. Incluso se dejó fotografiar para Vogue por Michael Roberts llevando ella misma la corona: “Es cómico, pero terriblemente chic. Me gusta llevarla cuando estoy cenando. Es algo tan inglés”, dijo.
Un año antes, otro rey británico (en la música y en la cultura popular), Freddie Mercury, se subió al escenario vestido con una corona roja con piel sintética que imitaba el armiño, y una larga capa a juego. Era su última gira con Queen, la banda de rock con la que había puesto patas arriba la industria musical. Cuando empezó el tour, Mercury llamó a su creadora de vestuario, Diana Moseley, y le dijo que le faltaba algo para el show: quería que le hiciera una corona y una capa. Y así, tomando inspiración del traje de coronación de Napoleón (que por supuesto vistió armiño en su gran día), la diseñadora utilizó más de 12 metros de terciopelo rojo y 14 de armiño. La corona la adornó con joyas falsas. Así recordó tiempo después su última pareja, el peluquero irlandés Jim Hutton, el efecto del traje de rey: «A la mañana siguiente, Diana Moseley llegó a la suite de nuestro hotel y entregó por primera vez el disfraz más camp de Freddie, una capa de color rojo intenso adornada con armiño falso y una corona enjoyada tipo realeza. Fue extraordinario verlo mientras colocaba la capa sobre su bata de toalla blanca, se ponía la corona y se pavoneaba por la habitación. Freddie se pavoneaba majestuosamente pero dijo que faltaba algo. Luego agarró un plátano y lo usó como micrófono. Revoloteaba, tratando de descifrar la forma en que caía la capa mientras se movía. Le encantó. Y también todos los fans esa noche.» Al parecer, el estilismo no entusiasmó al resto de la banda en un principio pero aquella corona se convirtió en un símbolo de su espectáculo. En septiembre de este año serán subastadas por Sotheby’s en Londres y se espera que su precio alcance las seis cifras.
En las últimas décadas, la conciencia por el bienestar animal y la progresiva educación en reutilización de prendas ha hecho que se relegue el uso de pieles naturales como la del armiño. De hecho, en 2019 la propia Isabel II decidió dejar de llevar pieles animales, al menos nuevas, tal y como contó su ayudante de vestuario durante casi 30 años, Angela Kelly en sus memorias: «Si Su Majestad debe asistir a un compromiso en un clima particularmente frío, a partir de 2019 se usará piel sintética para asegurarse de que se mantenga abrigada», escribe Kelly. Esta decisión le permitía estar más alineada con los tiempos sin tener que renunciar a piezas históricas como la capa de armiño con la que abrió siempre el Parlamento. La última vez que vimos aparecer el armiño en pasarela fue en 2013, cuando la firma italiana Valentino creó un abrigo-capa rojo con cuello redondo, realizado en armiño y visón, que salió a la venta por 38.000 dólares en Moda Operandi.
Sí hemos visto otras imágenes icónicas con el armiño como símbolo de poder y estatus: en 2005 el papa Benedicto XVI apareció con un Camauro, un gorro rojo de terciopelo adornado con armiño que los papas utilizaban en el siglo XII. A Ratzinger siempre le persiguió cierta imagen de dandi, y en 2006 The Wall Street Journal dejó caer que los zapatos rojos que llevaba podrían estar firmados por Prada, algo que el Vaticano tuvo que desmentir después, diciendo que “el Papa no viste de Prada, viste de Cristo”. De nuevo, la moda siendo absolutamente política.
Después de ver las imágenes de Carlos III coronado con su armiño, es posible que uno se pregunte por qué no recordamos a Felipe VI llevando este tipo de capa. Primero, porque en la monarquía española no existe esta tradición (su padre tampoco la llevó al ser designado rey). Segundo, porque el acto en el que se convirtió en rey fue una proclamación, no una coronación: el 19 de junio de 2014 Don Felipe pronunció el Juramento del artículo 61 de la Constitución en un acto solemne, pero con evidente menos pompa que la tradición británica, más ajustado a la crisis económica de la Gran Recesión que comenzó en 2008 y de la que el país acababa de salir. Además, al parecer a Felipe VI no le gusta el manto de armiño: según publicó Vozpopuli en su día, durante la coronación de Guillermo de Holanda en 2013 le pareció algo “extemporáneo, fuera de lugar, antiguo”. Desde luego, nadie como la monarquía británica para seguir fabricando la iconografía de sus reyes.
Con información de https://smoda.elpais.com/moda/del-banador-de-barbie-al-bikini-multiposicion-todas-las-tendencias-que-triunfaran-este-verano/
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