“Sólo se escuchaba el dolor”, rescatista en Tren Interoceánico
En el fondo del barranco sólo se escucha el rumor del viento que agita las ramas de los árboles. Todo es silencio en torno a la mole de fierros de los vagones del Tren Interoceánico que fueron a parar hasta ese sitio en medio de la montaña, discretamente señalado con una cinta amarilla colocada por las autoridades.
Con un dejo de pena y otro tanto de orgullo por haber ayudado a rescatar a la gente atrapada el domingo, Óscar López, campesino oriundo de Chivela, recuerda sus andanzas esa tarde. “Mire, por allá en ese claro fuimos dejando los cuerpos…”
–¿Cuántas fallecidos sacó ese día?
–A dos. Una niña y una persona ya mayor… y como a unos 20 heridos –responde.
Poco a poco extrae de su memoria cómo vivió aquella jornada de la tragedia. Un episodio, como no había ocurrido nunca en la región, en el que murieron 13 personas y más de un centenar resultaron heridas.
“Cuando llegamos sólo se escuchaba el dolor… Oía muchos gritos por todos lados… de los heridos o de la gente a la que ya se le había muerto algún pariente”.
Su mente recrea esa vertiginosa tarde, que comenzó cuando su hermana avisó a la gente del pueblo que se había descarrilado el tren, porque ella trabaja en una de las estaciones del Transístmico, una obra que se construyó en el sexenio lopezobradorista como un símbolo para traer el desarrollo a la región del Istmo, tan abandonado en tantos años de neoliberalismo.
“Cuando nos avisaron salimos corriendo desde el pueblo. Son como unos 5 o 6 kilómetros. Está retirado”. Su vida destinada al campo para sobrevivir se trastocó completamente ese domingo como el de la comunidad de Chivela, en el municipio de Asunción Ixtaltepec, de donde salieron varias personas del pueblo para acudir en auxilio de las víctimas, al igual que de otras comunidades en expresiones espontáneas de solidaridad.
Ayer, Óscar regresó al lugar del accidente, la llamada zona cero –por ahora resguardada por personal de la FGR y miembros de la Marina– para guiar a La Jornada por los senderos de la Montaña que permitieran acceder al lugar del siniestro sin ser detectados por los filtros de seguridad a fin de evitar el acceso al sitio bajo el argumento de resguardar la zona para los peritajes.
Con 50 años de edad, conoce como pocos todas las veredas, senderos y vericuetos que hay en las montañas de esta región del Istmo. Machete en mano fue abriendo caminos en algunos parajes sinuosos de intrincada vegetación: casi tres horas y 6 kilómetros de recorrido.
Dice que él fue de los primeros en acudir. Desde que llegó sólo “se escuchaba a la gente pegando de gritos… Estuvo feo. Por unas partes muy estrechas de los vagones pudimos sacarlos (…) había una persona que no podía mirar, otros tenían ya fracturas. Hicimos lo mejor que pudimos”. Recuerda que no tardaron en llegar los elementos de la Marina.
En cierto momento, extrae de su bolsa su celular y muestra, casi como un secreto, videos que grabó esa tarde. “Échale ánimo, estamos haciendo lo que podemos… ya va a estar descansando”, se escucha en esas imágenes una voz alentando a una joven cuya madre acababa de morir. Mientras tanto, no cesaban los gritos de dolor de algunas de las decenas de personas heridas que había al interior de los vagones.
Gente ensangrentada, gritos clamando auxilio, por camillas, por “valoradores” y hasta un helicóptero para un traslado aéreo que se requería con urgencia aquella tarde… La desesperación y el apremio por la emergencia.
–¿Y cómo se siente ahora?
–Satisfecho Lo volvería hacer con todo el favor de mi padre Dios, ayudar a esa gente –señala camino de regreso a su comunidad.
En Chivela, de donde es oriundo Óscar, se instaló un campamento desde el cual salen vehículos de apoyo para la realización del peritaje.
En el sitio del siniestro, se observan decenas de asientos desmontados fuera de los vagones que fueron removidos en su momento para facilitar el rescate de heridos y fallecidos. En este barranco, de unos 20 metros de altura, aún se mantienen intactos los dos vagones –3 y 4– que se descarrilaron, al igual que los restos de las pertenencias de las víctimas… El vagón 3 permanece en el fondo del barranco, donde murieron la mayoría de las personas, y el 4, colgando sin terminar de desbarrancarse.
A dos días del descarrilamiento del Tren Interoceánico en Oaxaca, el área permanece acordonada y vigilada por elementos de la Secretaría de Marina y de la Fiscalía General de la República, mientras continúan las investigaciones.
Apenas la noche del lunes fueron trasladados los 13 cadáveres al crematorio Ernult, en la comunidad de El Espinal, para que se realizaran las necropsias correspondientes antes de devolverlos a los deudos. En el transcurso de la madrugada y de la mañana, uno a uno se fue haciendo entrega de los cuerpos.
Hacia la medianoche, las fiscalías federal y estatal agilizaban los trámites para que este martes pudieran efectuarse los sepelios correspondientes.
Historias de vida truncadas por el descarrilamiento, como la de Enrique Gallegos, periodista que regresaba a su tierra para presentar formalmente a su esposa ante su familia.
Ya no llegaron: él, porque falleció en el accidente y fue velado y sepultado en Matías Romero. Y ella, porque fue trasladada a un hospital en Tehuantepec con múltiples fracturas.
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