Una suicida irresponsabilidad compartida

El fin de semana, México registró una nueva cifra histórica de casos de Covid-19 en un sólo día: 23 mil 642 contagios confirmados y 753 muertes a consecuencia de ello. Por si fuera poco, la universidad Johns Hopkins de Baltimore, en los Estados Unidos, con un área médica especializada en la materia, reveló en un estudio que el índice de mortalidad en México por el Coronavirus es del 8 por ciento; es decir, que mueren 8 de cada 100 enfermos, mientras que en naciones como Sudáfrica, Brasil, Rusia y Colombia, el índice está entre el 2.5 y 3 por ciento.

La Secretaría de Salud federal elevó a casi 3 millones 100 mil la cifra oficial de casos de Covid-19 confirmados y a 250 mil el número de fallecidos, por lo que México ocupa actualmente el cuarto lugar en el mundo con mayor número de decesos, después de Estados Unidos, la India y Brasil. A eso, sumémosle que nos encontramos en el “pico” de la tercera ola de contagios con la variante “Delta”, que se ha comprobado es más agresiva y contagiosa que las anteriores y que, además, tiene en los niños y jóvenes un nuevo nicho de infección más temible y peligroso.

Frente a este preocupante panorama, la lógica nos dicta que debemos extremar precauciones, cuidados personales y medidas de seguridad, pero la gente parece no entender y actúa con una irresponsabilidad pasmosa. Las prevenciones oficiales, las historias que leemos y escuchamos día con día y hasta las experiencias trágicas dentro de nuestras familias o círculos cercanos, no parecen ser suficientes para crear cordura entre la población.

El viernes pasado, el Zócalo de la Ciudad de México se abarrotó de personas que por miles acudieron a un evento encabezado por el presidente López Obrador, quien conmemoró en un vistoso espectáculo de luz y sonido sobre una maqueta del Templo Mayor, los 500 años de la “resistencia indígena” frente a la Conquista española.

En Rosarito, Baja California, durante tres días consecutivos y sin importar el peligro que representa la nueva oleada de contagios, más de 20 mil personas atestaron el fin de semana el “Baja Beach Fest”, un concierto masivo de reguetón, donde de acuerdo a las imágenes que presenciamos en las redes sociales los protocolos sanitarios valieron un reverendo pepino.

Y sin ir más lejos, en Cancún el mal ejemplo cundió también y ayer domingo el céntrico Parque de las Palapas lució a reventar de gente -adultos, jóvenes y niños revueltos-, pues a alguien se le hizo buena idea organizar un concurso de baile, que en tiempos de confinamiento y de estrés en casa, resultó un imán irresistible de distracción para decenas de familias que bajaron temerariamente la guardia.

Estamos en la cresta de la tercera oleada más grave de contagios y fallecimientos desde el inicio de la pandemia, la vacunación no avanza al ritmo del incremento de los casos y los hospitales y funerarias están a su máxima capacidad. Pero nada parece frenar a la gente, que prefiere exponerse a la muerte que seguir cuidándose un poco más.

Una cosa es cierta: Nadie los obligó a ir a esos eventos. Fueron porque quisieron, a pesar de las recomendaciones que recibimos todos los días.

Pero, también es cierto, detrás de la organización de esas aglomeraciones hay funcionarios y autoridades que alientan con permisos la asistencia de esas multitudes que, dentro de unos días más, estarán lamentando el descuido en un hospital o llorando por alguien en un cementerio.

Esta entrada fue modificada por última vez en sábado, 4 de diciembre, 2021

Turquesa News

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Etiquetas: COVID-19