Superado el bullicio propio de los procesos electorales y cuando los ánimos están más o menos calmos, viene a cuento la glosa de algunas enseñanzas que nos dejara el pasado ejercicio democrático. De entre ellas, destaca una que, pese al solaz que brindó al público, habla mal de la calidad de la clase política del país por entero y, claro está, de Quintana Roo.
Hablo de la falta del sentido del ridículo de muchos de nuestros políticos o, con mayor precisión, de nuestros administradores públicos; sus torrentes verbales van más allá de la mera anécdota pues, en muchos casos, acusan su pobre andamiaje intelectual, por no entrar en los terrenos de la ética. Es preocupante el origen de sus desplantes y de su verborrea.
En el ámbito nacional, por ejemplo, tenemos a Manuel Velasco, gobernador chiapaneco que, por los escaños ganados por el Partido Verde y acaso por su necedad, demandó un nuevo pacto político al presidente López Obrador, ya que según él ya no son un partidito y las cosas ahora son diferentes y que, ya de paso, les dejen el próximo gobierno de Quintana Roo…
De la última exigencia no hay certidumbre cabal, pero sí muchos indicios generados por José Emilio González, el “Niño Verde”, pero de lo que sí hay certeza es de que el desliz de Velasco se dio un día antes de que el poder federal anunciara que auditoria a su gobierno, lo que hizo que se le olvidaran sus exigencias; como se puede ver, hay arqueos que causan amnesia.
En el estado tenemos algunos políticos a los que falta el sentido del ridículo y saltan al ruedo de lo grotesco sin pudor alguno. El alcalde Cozumel que se negó a aceptar su derrota electoral “porque esas cosas no le sucedían a él”, da colorida pincelada. Dicen que Juanita Alonso, la alcaldesa ganadora, decía en contraparte que a ella sí le podían ocurrir esas cosas, cuestión de puntos de vista.
Hay otros ejemplos que merecen estar en esta galería, como el de Laura Beristaín, con la banda arcoíris por delante, alegando fraude en Solidaridad; o la barra dura del panismo local apoyando a perredistas y priistas. En fin, hay más casos, pero el espacio de esta glosa acaba. Más que el desliz risible, preocupa el flaco andamiaje intelectual de los más de los protagonistas. El humor involuntario campeará en las elecciones por venir.
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