Quintana Roo se ha convertido en la tierra prometida de miles de personas y el éxodo hacia él es internacional. Sin embargo, paradójicamente, es precisamente la exhibición de sus lugares de origen –en el plano comercial– lo que los hace ser más competitivos en un mercado de diversidad cultural. Gana lo foráneo a lo local.
Le explico: si venden carnitas o paletas presumen que son de Michoacán; si se dedican a la venta de barbacoa le agregan la palabra “Hidalgo”. Si venden zapatos, invariablemente va la frase “De León” (Guanajuato), y ya no digamos una coctelería que, para ser atractiva, tiene que llevar el nombre de “Veracruz”, “Alvarado”, “Mandinga” o algo que tenga que ver con jarocho o jarocha, es algo así como una denominación de origen.
Sabedores de que la mayoría de la población quintanarroense proviene de otras ciudades del país, los dueños de los restaurantes y fondas anuncian títulos como: “El Cantón Toluqueño”, “Tacos D.F.”, “Tortas Puebla”, “Tacos de canasta estilo Acapulco”, “La Tabasqueña” (Playa del Carmen), “El Veracruzano” (Playa del Carmen), etcétera.
La legión extranjera tampoco se queda atrás, restaurantes como “La Patagonia”, “Hong Kong”, “Beijing”, o los sitios italianos que tan solo con apellidos o nombres subrayan el origen de sus propietarios: Locanda Paolo, Pastelería Cappellesso y Pizza Rolandi, por mencionar algunos.
Llama la atención, sin embargo, que pese de ser una ciudad enclavada en el corazón de la cultura maya peninsular, en esta multiculturalidad gastronómica, la que menos presencia tiene es la comida local.
Por ejemplo: en el primer cuadro de la ciudad solamente pueden verse algunos puestos en el Mercado 23, el tradicional Pocito y dos o tres restaurantes más, pero la comida peninsular tiene muy pocos exponentes con relación a la gastronomía foránea.
De manera informal, la cochinita pibil y el lechón horneado son los únicos que se mantienen en pie, luchando por las esquinas cancunenses, pero aun así, son superados por los famosos “tacos de canasta”, en su mayoría controlados por tres grandes grupos, cada uno con 35 o 40 puestos, lo que da un total de 120 lugares con este tipo de comida que hacen superar fácilmente a la cochinita pibil y al lechón horneado.
La identidad de los quintanarroenses es en realidad una mezcla de identidades ante el arribo diario de miles de mexicanos y de extranjeros que llegan a esta zona en busca de oportunidades laborales, y todos con un bagaje diferente al nativo.
Afortunadamente, hay variaciones. Por ejemplo, los vendedores de carnitas michoacanas empezaron a ofrecer tortas para un público yucateco que aceptó otra cosa que no fuera pibil, pero que sí fuera puerco.
Hoy en día se hacen pizzas de cochinita pibil; chiles rellenos de cochinita y otras variantes en los que se han fusionado los gustos tanto de los nativos como de los foráneos. Así se vive este encuentro cultural que no es nuevo en la historia de Quintana Roo.
Hacia finales del siglo XIX, el Gobierno Federal inició una primera etapa de colonización, trayendo gente de Veracruz y Campeche, pero también llegaron árabes que huían de las guerras del Imperio Otomano y antiguos mexicanos repatriados de Belice, e incluso chinos.
A finales de los 60 y principios de los 70 –ya en pleno siglo XX– se inició una segunda etapa de repoblación promovida por el Gobierno Federal: De esa forma, con campesinos tabasqueños se crearon los ejidos de José María Pino Suárez (cerca de Tulum), Nueva Esperanza y Tomás Garrido, estos dos últimos hacia el sur de la entidad.
Con duranguenses se crearon centros de población como Sergio Butrón Casas (hacia el sur) y Alfredo V. Bonfil (cerca de Cancún). Con veracruzanos nacieron las comunidades de Francisco Villa, Gabino Vázquez y Huatusco. Con michoacanos se crearon las poblaciones de Carlos A. Madrazo, Lázaro Cárdenas del Río, 18 de marzo, Emiliano Zapata y Valle Hermoso, todas ellas en el sur de Quintana Roo. Con jaliscienses nació la comunidad de Nuevo Guadalajara, cerca de la frontera con Guatemala. Con morelenses surgió Otilio Montaño y con gente de Guanajuato, se creó San Pedro Peralta.
En la Zona Norte, el nacimiento de Cancún (1970) hizo urgente la mano de obra, y fueron las comunidades yucatecas las que aportaron albañiles, fontaneros, carpinteros y peones, provocando con ello una tercera etapa de colonización. Detrás de ellos vino un equipo con vasta experiencia en materia turística: los acapulqueños; los guerrerenses en general. A estos dos grupos de mexicanos se sumaría el primer avance de la “legión extranjera”, pues como dato curioso, la mayoría de los primeros gerentes de hotel –y sus subalternos– eran extranjeros, básicamente italianos y alemanes.
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