Es por naturaleza que todo lo que hacemos tenga una consecuencia, buena o mala; no hay otro resultado más que el que conlleva nuestras acciones previas. Desde un niño que rompe un plato, sabe que por lo menos no lo van a felicitar, hasta la tierna mirada de tu perro, por supuesto bien estudiada, cuando se come medio zapato –el cual era tu favorito- y tú no te atreves a mandarlo a dormir afuera, pero al fin y al cabo, alguna consecuencia tendrá que afrontar.
La mayoría de las veces tratamos de que nuestros actos tengan los resultados que esperamos, pero algunas otras se nos escapa de las manos y nos sale lo que conocemos como “el tiro por la culata” y entonces, sí nos invade la vergüenza, quisiéramos que la tierra se abriera a nuestros pies para que nos trague lentamente y nadie nos vea. Eso en el mejor de los casos, pero como la tierra nunca se abre ante nuestras metidas de pata –o incluso algunas personas nunca han sentido vergüenza-, optamos por culpar a otras personas de algo que sabemos perfectamente fue total y absolutamente el resultado de algo que hicimos.
Y si no encontramos culpables, optamos por el “plan B”, que es quizá mejor que el culpar a alguien más: nos hacemos las víctimas –aunque también va muy de la mano con culpar a alguien-. Este acto, lo hacemos casi de forma inconsciente e ¿involuntaria? con tal de evadir nuestras responsabilidades.
Por ejemplo: un día mi amiga de muchos años se desahogaba conmigo; me contaba lo desgraciado que había sido su pareja en los últimos tres años. ¿La razón? En más de una ocasión le había sido infiel el hombre, nunca le dio el título de “novia” ante sus más cercanos amigos y mucho menos delante de su familia… lloraba y lloraba mientras esperaba a que yo la consolara. Claro, le pasé un par de pañuelos desechables, pero era porque no soportaba ver cómo caían las lágrimas al café descafeinado que había pedido hacía dos horas.
Sin embargo, se sorprendió de mi tajante afirmación: “La única responsable de lo que te pasa eres tú, no él”. Con los ojos hinchados y el rímel embarrado en el pañuelo desechable, se quedó observándome esperando aún que le diera algo de razón. ¿Quién decidió quedarse con él, aún después de su primera cornamenta? ¿Quién permitió que no se le diera el título nobiliario de “novia”? ¿Quién la obligó a quedarse con ese remedo de hombre después de tres años?.
Y así vamos por la vida victimizándonos, esperando que con ello sintamos menos culpa por lo que hemos hecho. A veces, las consecuencias son las menos: una persona despechada, deprimida por algún tiempo y cuando pasa, simplemente cambiamos de hoja; un regaño por haber roto el plato o mandar al perro a dormir afuera después de que se comió mi zapato favorito.
Sin embargo, hay veces que nuestros actos se vuelven tan inconscientes que incluso acarician a la muerte y ella, solo se deja querer. Si la logramos engañar, puede que sobrevivamos, si no, haremos cuentas con ella…
Hace unos años, en la Ciudad de México, un junior conducía un BMW sobre la Avenida Reforma, en completo estado de ebriedad, a más de 140 kilómetros por hora y cuatro compañeros dormidos. Consecuencia: un terrible accidente que mató a sus acompañantes y el único sobreviviente fue el junior con leves rasguños. Ahora purga una leve condena de nueve años en prisión, pero sigue victimizándose diciendo que no recuerda nada…
Hace un par de años, en Playa del Carmen, unos vecinos se agarran a golpes. Consecuencia: uno de ellos queda cuadripléjico y su atacante se victimiza diciendo que solo defendía a su familia ¿de qué delincuente?
Hace unos días, en el estado de Hidalgo –según la percepción que tiene López Obrador de los mexicanos-, perfora un ducto de hidrocarburo, se corre la voz y una multitud “buena y sabia” se aglutina festejando (¿qué?), bailando, mojándose con este líquido flamable y altamente peligroso como retando al presidente de que “nos vale madre tu cierre de ductos, nosotros los volvemos a abrir”.
Consecuencia: una lamentable y dolorosa explosión. Las únicas víctimas reales son los niños que estuvieron ahí, que quiero pensar, no sabían de las consecuencias de jugar con gasolina. Los demás… sabían a lo que se exponían, ¿no? Y ahora ¿exigen que se les indemnice? ¿Qué no una indemnización solamente aplica para cuando trabajamos LEGALMENTE y nos ocurre un accidente dentro de la empresa LEGALMENTE constituida?
Y así podría seguir con ejemplos de víctimas reales o víctimas ficticias –la mayoría- que no acepta y toma su parte de responsabilidad. Y tú, aquí entre nos, ¿has sido víctima o te has victimizado?
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