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Un suicidio inconsciente


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Por Alma Conde
Radar Peninsular

Hace unos días visitaba a mi amiga la doctora Ana Lilia Martínez Elías en su consultorio médico; acababa de irse una paciente que parecía estar sana y en su peso correcto. Sin embargo, la doctora me contó que ya estaba muy recuperada y que había tenido una fuerte desnutrición.

Fue la primera vez que reflexioné, de que no solamente la obesidad es un problema de salud, sino también la contraparte que es la desnutrición. Incluso, una persona obesa puede estar desnutrida y altamente inflamada. Tal vez a primera vista, una persona aparentemente se ve sana, pero con un estudio metabólico, se puede saber si la edad metabólica corresponde a la edad cronológica.

Es decir, nosotros tenemos cierta edad que festejamos cada año –en el mejor de los casos-, pero también tenemos un metabolismo que si no cuidamos y tenemos una alimentación adecuada, puede alterarse y entonces, el cuerpo hace un esfuerzo mayor por estar de pie, pensar, caminar, respirar y todo eso que parece tan sencillo.

Son nuestras células las que se encargan del más mínimo movimiento en nuestro cuerpo, las cuales tenemos que alimentar con vitaminas y proteínas entre otros nutrientes. Sin embargo, ¿qué pasa con nuestra dieta mexicana? El pan, tamales, hamburguesas, elotes y todo lo que sea grasas saturadas y carbohidratos –que nos aportan energía- solemos comerlo en la noche, luego entonces, nuestro metabolismo se vuelve sumamente lento ante la gran labor que le dejamos para tratar de digerir todo eso antes de irnos a acostar.

Durante la noche, eso por supuesto no ocurre y se interrumpe la digestión. Como resultado, no nos da hambre en la mañana y lo primero que mucha gente hace es desayunar café con pan, algo “ligerito”. Con ese tentempié, totalmente carente de proteína, obligamos al cuerpo a estar de pie; ahora tiene la tarea de terminar de digerir lo que comimos en la noche y subsistir con un poco de agua y azúcares refinados que nuestro cuerpo difícilmente asimila.

CONSECUENCIAS A LARGO PLAZO

Si a esto le agregamos que estos hábitos los practicamos por años, las consecuencias a largo plazo pueden ser fatales, una de ellas es la cada vez más frecuente hernia hiatal, una afección que antes era de gente mayor, ahora se ha encontrado más frecuente en adultos jóvenes.

Otras consecuencias son los infartos, pues además del metabolismo, las venas y arterias se tapan por la grasa que nunca se asimiló en el cuerpo, volviendo la sangre más densa y “caramelizada”. Además, las personas que no desayunan o lo hacen con pan y café, por ejemplo, están predestinadas a sufrir diabetes tipo 2.
El hecho de no desayunar ya rompe de por sí con el metabolismo y mucha gente siente somnolencia por la falta de energía que la proteína le pudo haber previsto. Los más aventurados –principalmente los jóvenes- optan por sustituir esa proteína por bebidas energéticas, provocando una sensación de energía temporal que pasa rápidamente y puede provocar además problemas cardiacos.

Quizá estamos jugando al valiente. En nuestros años en los “no nos duele nada”, comemos cualquier cosa y no somos tan conscientes de lo que a la larga le estamos haciendo a nuestro cuerpo, que como la misma doctora Ana Lilia me dijo: “Nuestro cuerpo es una maquinaria perfecta; somos nosotros los que no le damos el correcto mantenimiento y por causa y efecto, tarde o temprano va a fallar”.
Es muy irresponsable –aquí entre nos- decir: “De algo me he de morir”. Claro, todos vamos hacia ese camino, pero ¿por qué acelerarlo descuidando la maquinaria más perfecta que tenemos?

No hay que privarse de nada, como la misma doctora me dice, solamente hay que hacer un esfuerzo por comer proteínas y vegetales en cada comida y solamente una cuarta parte de nuestro plato dedicarlo a los carbohidratos, que también son necesarios y de vez en cuando satisfacer nuestros antojos sin culpas. Bien dicen los especialistas: la mayoría de las enfermedades empiezan en el estómago.

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