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¡Cuidado! Aún vacunado podrías enfermar o contagiar de Covid-19

¡Cuidado! Aún vacunado podrías enfermar o contagiar de Covid-19
¡Cuidado! Aún vacunado podrías enfermar o contagiar de Covid-19

Nos imaginamos corriendo por las calles, sin mascarillas, celebrando. O en nuestra cantina favorita, rodeados de amigos, levantando una primera cerveza y chocando caballitos de tequila. Nos imaginamos abrazados de nuestros padres, a quienes no vimos por casi un año. O de visita en casa de la abuela, probando un caldo, una sopa de su mano.

Pero no será así en un tiempo relativamente largo. Más de un año, al menos, mientras el cien por ciento de la población está a salvo. Porque sin querer, alguien que está vacunado y que no está informado puede ser nuestro peor enemigo: trae el virus, no se cuida y contagia a quien entra en contacto con ella o con él.

Apoorva Mandavilli, reportera de The New York Times enfocada en temas de ciencia y la salud global (ganadora en 2019 del premio Victor Cohn a la excelencia en la elaboración de informes sobre ciencias médicas), cuenta en un artículo publicado hoy:

“Las nuevas vacunas contra la Covid-19 de Pfizer y Moderna parecen ser extraordinariamente buenas para prevenir la versión grave de la enfermedad. Pero no está claro qué tan bien frenarán la propagación del coronavirus. Eso se debe a que las pruebas sólo registraron cuántas personas vacunadas se enfermaron de la Covid-19. Eso deja abierta la posibilidad de que algunas personas vacunadas se infecten sin desarrollar síntomas, y puedan entonces transmitir silenciosamente el virus, especialmente si entran en contacto cercano con otros o dejan de usar mascarilla”.

Si las personas vacunadas son propagadoras silenciosas del virus, agrega, pueden mantenerlo en circulación en sus comunidades y así poner en riesgo a las personas no vacunadas.

En la mayoría de las infecciones respiratorias, incluyendo el nuevo coronavirus, la nariz es el principal puerto de entrada, explica Apoorva Mandavilli. “El virus se multiplica rápidamente allí, sacudiendo el sistema inmunológico para producir un tipo de anticuerpos que son específicos de la mucosa, el tejido húmedo que recubre la nariz, la boca, los pulmones y el estómago. Si la misma persona se expone al virus por segunda vez, esos anticuerpos, así como las células inmunológicas que recuerdan al virus, acaban rápidamente con el virus en la nariz antes de que tenga la oportunidad de arraigarse en otra parte del cuerpo”.

“En cambio –añade en el artículo publicado en el Times–, las vacunas contra el coronavirus se inyectan en lo profundo de los músculos y se absorben rápidamente en la sangre, donde estimulan al sistema inmunológico para que produzca anticuerpos. Esto parece ser suficiente protección para evitar que la persona vacunada se enferme. Algunos de esos anticuerpos circularán por la mucosa nasal y harán guardia allí, pero no está claro qué cantidad de la reserva de anticuerpos puede ser movilizada, o con qué rapidez. Si la respuesta no es mucha, entonces los virus podrían florecer en la nariz y ser estornudados o exhalados para infectar a otros”.

Imagen de Margaret Speck, de 77 años, sentada en una calle comercial vacía en Santa Mónica, California, el martes 8 de diciembre de 2020.

Imagen de Margaret Speck, de 77 años, sentada en una calle comercial vacía en Santa Mónica, California, el martes 8 de diciembre de 2020.

Ahora, pareciera que a estas horas, casi un año después del inicio de la pandemia, sabemos todo. Por ejemplo, qué es una vacuna. En realidad, es un tema especializado. No es una vacuna. Son muchas vacunas.

La vacuna es cualquier preparación destinada a generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos. Esa es su definición general. Pero hay muchos tipos de vacunas.

La inmunidad se adquiere tras una infección. Por eso, las vacunas (inyectadas o inhaladas) deben engañar a nuestro cuerpo simulando una infección por el microorganismo patógeno (virus o bacteria) frente al que persiguen inmunizarnos y poniendo al sistema defensivo en alerta. Así, cuando realmente contactemos con los microorganismos indeseados, nuestras células plasmáticas (linfocitos:sunglasses: habrán producido anticuerpos que los estarán esperando, los neutralizarán específicamente y evitarán que enfermemos.

Como la ciencia ha desarrollado varias estrategias para aparentar una infección, hay diferentes tipos de vacunas.

1.– Vacunas vivas atenuadas. Son suspensiones de virus vivos que producen una infección real e inducen una respuesta duradera y eficaz. Como los virus se debilitan previamente, la infección se presenta en versión light. Se trata de vacunas perfectas para adultos (porque son baratas y monodosis). Sin embargo, pueden resultar peligrosas para inmunodeprimidos (incluyendo mayores y personas con patologías graves), a los que les pueden desencadenar la infección en todo su esplendor. Como este virus es nuevo y, hoy por hoy, no existe un medicamento definitivo contra él, no podemos correr riesgos. Por eso, de este tipo de vacunas (donde se sitúan las del sarampión o la rubéola) no hay ensayos para el SARS-CoV-2.

Enfermera aplica una dosis de la vacuna rusa contra el coronavirus, Sputnik V, a una paciente en Moscú, Rusia.

Enfermera aplica una dosis de la vacuna rusa contra el coronavirus, Sputnik V, a una paciente en Moscú.

2.– Vacunas inactivadas. Similares a las anteriores pero con virus muertos, por lo que minimizamos riesgos (al no poderse reproducir). Como contrapartida, la inmunidad generada es menor y dura menos tiempo. Por eso, cuando nos vacunamos de la rabia o la hepatitis A, necesitamos “dosis de refuerzo”. Una modalidad más segura aún, las llamadas subunidades, recombinantes, polisacáridas y combinadas, no trabajan con virus completos, sino con “trocitos” inactivados de virus con capacidad antigénica fuerte. Son las que nos inmunizan contra la hepatitis B o el papilomavirus. Como nuestro sistema inmune confunde esos trozos con virus completos, desarrolla una respuesta fuerte. Con todo, al igual que en el caso anterior, se requieren dosis de refuerzo.

Vacunas inactivadas son las chinas de Coronavac (Sinovac) y Sinopharm, que presentan la ventaja de poderse mantener y transportar en frigoríficos convencionales.

3.– Toxoides. Cuando lo que causa la enfermedad no es el microorganismo, sino la toxina que éste produce, la vacuna se crea desactivando la toxina y logrando inmunidad contra ella (no contra el microorganismo). Esto ocurre sólo con algunas bacterias, como las responsables del tétanos o la difteria. Como el SARS-CoV-2 es un virus y no genera toxinas, no hay ensayos de vacunas de este tipo.

4.– Vector recombinante. Este tipo de vacuna supone un sustancial avance de la ingeniería biológica. Consiste en inocular un virus bueno, al que se le llama vector. El vector lleva en su interior, en vez de su ARN original, uno modificado para sintetizar proteínas del virus malo. Cuando el virus entra en nuestro interior, no nos causa enfermedad (porque es bueno) pero induce la inmunidad contra el virus malo (porque expresa sus proteínas). Así fue como se erradicó la viruela de nuestro planeta en 1980 (uno de los grandes logros biomédicos de la ciencia). De este tipo, en su modalidad no replicante, son las vacunas AZD1122 (Universidad de Oxford/AstraZeneca), la china CanSinoBIO de Petrovax , la británica Ad26.COV2.S de Johnson & Johnson y la rusa Gam-COVID-Vac o “Sputnik V”, con la que se empezará a vacunar a la población rusa de forma inminente).

Imagen proporcionada por la Universidad de Oxford de una vacuna para el coronavirus desarrollada por esta institución y AstraZeneca.

Imagen proporcionada por la Universidad de Oxford de una vacuna para el coronavirus desarrollada por esta institución y AstraZeneca.

De nuevo, se necesitan dos dosis.

5.– Vacuna de ADN. Consiste en la inyección directa de ADN a través de un plásmido o un vector de expresión. Este ADN codifica una proteína antigénica de interés, que inducirá la activación del sistema inmune. Como nuestro virus tiene ARN (y no ADN), no se están ensayando vacunas de esta tipología.

6.– Vacuna de ARN mensajero (ARNm). Se trata del último grito en vacuna biotecnológica. No inoculamos el antígeno para desencadenar la respuesta inmunitaria. En lugar de eso, esclavizamos células vivas en laboratorio, hacemos que produzcan la mayor parte de la respuesta inmune por nosotros (como si fueran nuestros linfocitos:sunglasses: y pinchamos directamente millones de ARNm (el molde de fabricación de los anticuerpos).

Pero… ¡Oh, problema! Tenemos enzimas RNAsas que los destruirán. Es más, las tenemos, además de en nuestro medio interno, en la piel o en el propio aliento, con lo cual el riesgo de destruir el ARNm antes de que cumpla su papel es altísimo. Para evitarlo, se construye una envoltura lipídica protectora y se hace un lacasito, donde el chocolate son millones de moléculas del preciado ARNm. Es una tecnología compleja que ha supuesto una fortísima inversión en investigación, por eso estas vacunas son las más caras.

Las vacunas mRNA-1273 de Moderna (norteamericana) y BNT162b2, de la norteamericana Pfizer y la alemana BioNtech, se basan en esta ingeniosísima idea. Como la envoltura del lacasito es muy lábil, necesitará mucho frío para su conservación y transporte (-20ºC y -80º, respectivamente). Este pequeño inconveniente nos garantiza una inmunización segura, eficaz (95 por ciento) y muy rápida. Boris Johnson acaba de anunciar el inicio de la vacunación masiva de la población británica con viales de Pfizer.

Las vacunas mencionadas son las que se encuentran en fase más avanzada de ensayo clínico (Fase III) o han solicitado ya su aprobación a la EMA (Agencia Europea del Medicamento), aunque están en desarrollo muchas más, alguna de ellas españolas.

Toda vacuna que se comercialice en Europa ha de cumplir los requisitos de la EMA. No es momento para presiones políticas ni, mucho menos, económicas. El rigor que caracteriza el trabajo de esta agencia debe ser, ahora más que nunca, su único modus operandi. En sus manos está la enorme responsabilidad de garantizar la seguridad de todos los europeos en la crisis sanitaria más importante de su historia.

Con información de Victoria de Andrés Fernández, profesora titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga. The Conversation.

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