Iván Valencia creció con suerte: es un amante de la naturaleza que se crió en una isla de coral en la costa caribeña colombiana y que tenía la fortuna de poder viajar a tierra continental con una asombrosa riqueza natural, casi un mundo por sí mismo.
Desde San Andrés, Colombia, un paraíso de corales, cayos y atolones, Valencia visitó las ciudades, los bosques y las sabanas de su país, uno de los más biodiversos de la tierra. (El primero es Brasil, cuya extensión es siete veces mayor). Él sabía que Colombia es hogar de más especies de aves que ningún otro país y que cuenta con casi todos los tipos de ecosistemas del planeta.
Así fue que terminó tratando de ayudar a protegerlo con su cámara.
Valencia, de 27 años, es un fotógrafo independiente que reside principalmente en Bogotá y trabaja para Bloomberg, The Associated Press y National Geographic, entre otros medios. Pasa su tiempo libre documentando a los animales salvajes que son rescatados de traficantes.
“He cubierto conflictos, migraciones y la vida silvestre en mi país”, dijo. “Me esfuerzo por ser portavoz de las víctimas, por documentar y mostrar a la gente que todavía no está informada sobre el impacto de la crisis en las áreas olvidadas por el gobierno”.
Puede que la gente esté familiarizada en general con cómo los elefantes y los rinocerontes africanos han sido cazados al punto de estar al borde la extinción por sus colmillos y cuernos, pero posiblemente no esté al tanto de que el contrabando ilegal de animales ocurre en todas partes. En los seis años que lleva fotografiando a las criaturas rescatadas en zoológicos, refugios y otros santuarios, Valencia ha aprendido que el tráfico ilegal es un problema enorme en su país.
La riqueza de la vida silvestre de Colombia ha hecho irresistible esta actividad para los traficantes ilegales de animales. El comercio de animales protegidos es la tercera industria ilegal más grande de Colombia después del narcotráfico y la trata de personas (y ocupa el cuarto lugar mundial, tras el tráfico de drogas, armas y personas).
Aves exóticas, monos, ranas, tortugas, pitones: animales que son buscados ya sea como mascotas, por su carne, presuntos atributos afrodisiacos o por su piel son cazados ilegalmente. Según las cifras más recientes, tan solo en 2017 los funcionarios colombianos y grupos de rescate de la vida salvaje recuperaron a más de 23 mil animales de los traficantes.
Un sinfín de animales (varían los cálculos de cuántos) han sido embarcados por cielo, mar y tierra desde sus hábitats para el entretenimiento o consumo humano, tanto dentro como fuera de Colombia. Los traficantes usan muchas de las mismas técnicas y rutas de escape —caminos, túneles y vías secundarias— creadas por los narcotraficantes durante la época de esplendor de Pablo Escobar.
La madre de Valencia, quien era periodista y fotógrafa de guerra, le enseñó con el ejemplo a dar apoyo a los afligidos, fotografiar la vida salvaje rescatada es un proyecto que le apasiona. Comenzó hace seis años con la experiencia inolvidable en un refugio para animales silvestres rescatados en Bogotá. “Fue muy triste, sin duda”, comentó Valencia. “El momento que captó por completo mi atención fue ver a un guacamayo sin pico que estaba tratando de comer pero no podía. Fue como si me hubieran sacado los ojos, para no poder tomar más fotografías. Los traficantes le cortaron el pico para evitar que los mordiera. Los animales no lloran como los humanos, pero puedes sentir en verdad su dolor y sufrimiento con solo verlos”.
El fotógrafo dijo que a partir de ese momento decidió trabajar en defensa de los animales y exponer ese contrabando. Su proyecto sigue en curso; planea documentar todos los aspectos del tráfico, no solo los rescates. Comentó que, hasta ahora, con el fin de causar un impacto más inmediato, se ha centrado en documentar a los animales que muestran las cicatrices y las lesiones producto de su dura experiencia.
Entre sus fotografías de animales que están en diversas etapas del rescate, sobresalen los impresionantes retratos con fondo negro: un gavilán que ya no puede volar porque un traficante le disparó en el ala, una tortuga morrocoy a la que le falta parte del caparazón, un mono capuchino que perdió un brazo, otro sin la mitad de la cola; todos marcados por el brutal manejo que sufrieron.
“El mundo debe saber que somos parte del ecosistema, que los animales son seres maravillosos llenos de sentimientos”, explicó Valencia. “No importa si es un animal salvaje o doméstico, en Colombia o en cualquier otro lugar del mundo; hay que lograr que nos perdone este planeta, que cada vez nos deja sin más recursos debido a nuestras acciones. En muy poco tiempo no podremos ver a estos animales ni admirarlos más”.
Un capuchino se asoma desde su jaula después de que fue rescatado de traficantes ilegales. Crédito: Iván ValenciaFuente: https://www.nytimes.com/es/2019/05/03/colombia-trafico-de-animales/
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