Por Francisco Verdayes Ortiz
#RadarPeninsular
De lleno en el Mundial de Futbol que se está desarrollando en Rusia, se hace obligado hablar del deporte más popular del mundo, mismo que nos lleva a recordar a los dos primeros jugadores “profesionales” que tuvimos en el (entonces) alejado y olvidado territorio federal de Quintana Roo.
El primer caso ocurrió en Cozumel –consigna el cronista Velio Vivas Valdés– en los primeros años de la década de los 30, cuando un grupo de jóvenes nativos que estudiaban en el colegio de Saint John, en Belice, se entretenían jugando futbol en donde actualmente está construido el restaurante “Palmeras”, frente al mar.
Este inusual movimiento llamó la atención de un oficial de la Naval, quien invitó a los jóvenes a que en la próxima visita del cañonero “Bravo” se enfrentaran al equipo de tal navío. Los cozumeleños aceptaron gustosos, sin caer en cuenta que apenas eran media docena de jugadores y carecían de un elemento tan importante como el portero, pero el compromiso estaba hecho y reclutaron a dos progreseños que habían jugado en su ciudad natal, incorporaron a otros dos defensas y, aún sin tener un portero, empezaron a entrenar día a día.
Un joven leñador de nombre Joaquín Poot, se detenía todos los días, cuando regresaba de la selva, a observar a los deportistas. Esto no pasó desapercibido por el capitán del equipo, quien lo invitó a jugar, aclarándole: “No vas a correr pateando la pelota, sino vas a evitar que pase dentro de la puerta”.
“Menuda sorpresa se llevaron los supuestos jugadores –apunta Velio Vivas– cuando encontraron que ni a quemarropa podían perforar la defensa perruna que de su marco hacía el recién llegado. Con los pies, con los puños, de rodillas, e incluso volando a los ángulos, el improvisado portero paró TODO…”. No había duda, aquel debía ser el portero, pero había un problema, no disponía de tiempo para entrenar, además, quién le pagaría los 1.30 pesos que ganaba a diario, tan necesarios para el sustento de su familia. Muy pronto se encontró la solución: los locales le pagarían 1.50 pesos diarios a cambio de incorporarse de tiempo completo al conjunto cozumeleño.
Llegado el día del tan esperado encuentro –relata el cronista de Cozumel– “el equipo naval más experimentado bombardeó durante 89 minutos el marco local, pero no pudieron vencer al guardavallas que, como todo un profesional, se rifó el físico y paró todo. En el otro minuto, un servicio de manos del debutante, una prolongación de un medio y un rebote en la espalda de un delantero cozumeleño hicieron caer el gol a favor de Cozumel”.
Los oficiales navales no estuvieron conformes con su derrota y jamás aceptaron la versión de que el portero era simplemente un joven leñador que cobró por esa semana 10.50 pesos.
LA SELECCIÓN ESTATAL
En 1941, el gobernador del territorio de Quintana Roo era el general Gabriel R. Guevara. La principal queja de los nativos era que los gobernantes, siempre impuestos por el Centro, llegaban con un séquito de funcionarios que no se involucraban con el pueblo, en este caso con los chetumaleños, sede de la máxima autoridad. Sin embargo, como todo en la vida, hubo contadas excepciones como ocurrió con Emmanuel Guevara, primo hermano del gobernador, capitán del Ejército Mexicano y entusiasta promotor del deporte.
Por su enorme estatura, estimada en 1.90 metros, Emmanuel Guevara recibía el apodo de “El Caballo” y era un hombre respetadísimo por su historial deportivo. Había sido ni más ni menos que capitán de la Selección Mexicana de Futbol que participó en las Olimpiadas de Amsterdam en 1928, veterano jugador, defensa derecho del legendario Club Deportivo Marte.
Por aquel tiempo, a finales de 1941, se lanzó la convocatoria para la celebración de los primeros Juegos de la Revolución Mexicana –a celebrarse el 4 de noviembre de ese año– justa deportiva que incluía como plato fuerte el futbol.
Chetumal tenía equipos competitivos en voleibol, softbol, béisbol y básquetbol, siempre enfrentando a sus vecinos fronterizos de Belice y Corozal, pero en futbol, lo que se dice futbol, no había nada.
Emmanuel Guevara armó un equipo con empleados de gobierno que tenían ciertas cualidades, pero le hacían falta elementos, y entre los pocos prácticamente al balompié destacaba un joven de 21 años de edad, de origen libanés, que arriba se movía como si fuera interior derecho, interior izquierdo y centro delantero, tal movilidad y condición física le valieron el mote de “El 3 en 1”, su nombre Antonio Miselem Asfura.
De carácter rebelde, el chamaco Miselem no laboraba para el gobierno, con el que se había peleado, por ello se desempeñaba como carpintero de un campamento de explotación de maderas preciosas.
Pese a sus antecedentes, Emmanuel Guevara reclutó a Miselem y consiguió satisfacer sus exigencias: un mes de sueldo como el resto de los empleados de gobierno, situación que autorizó el gobernador sin chistar, aunque “El 3 en 1” no fuera santo de su devoción.
Por increíble que parezca, la “Selección de Quintana Roo”, o mejor dicho el representativo de Chetumal, partió con tan solo 13 jugadores que se embarcaron en el antiguo Payo Obispo, recorrieron todo el litoral quintanarroense hasta llegar al puerto de Chicxulub, Yucatán, en donde permanecieron una semana a consecuencia de que se descompuso el barco. Finalmente llegaron a Veracruz en la noche del 2 de noviembre, para amanecer el 3. No hubo hotel, no hubo nada, solo cubetadas de agua fría en los patios de la Aduana veracruzana en donde se les permitió bañarse, cambiarse y tomar el autobús rumbo a la Ciudad de México, pues la inauguración de los juegos iniciaba el día 4.
Al llegar a la capital del país, el representativo quintanarroense todavía tuvo que desfilar en medio de un frío de los mil demonios y soportarlo con un ridículo suetercito blanco que no les cubría nada. En cuanto a los resultados deportivos, nadie los recuerda o tal vez nadie quiere recordarlos, lo que nos habla de un rotundo fracaso. Pero, ¿qué pasó con nuestro futbolista profesional? Pues bien, Antonio Miselem debía cobrar cinco pesos diarios, es decir 150 por todo el mes, pero decidió ya no volver a Quintana Roo a su trabajo de carpintero y se quedó a vivir en la Ciudad de México.